¿Cómo escoger la estructura de tu película?
La forma al servicio de la historia en "Elefante".
Principio, medio y fin.
Desde la Poética de Aristóteles a los innumerables manuales de guion, cada libro sobre escritura parece tener una teoría diferente sobre las partes que debe tener una obra o una película, incluídos puntos de giro y todos esos conceptos.
Por muy básico que parezca, lo único que no se ha discutido hasta ahora es que una historia empieza y termina, y entre una cosa y otra, se desarrolla. Basta saber esto para no enredarse y empezar a escribir.
La estructura.
A la hora de organizar ese relato escrito, en teoría de cine hace años que predomina la estructura en tres actos, pero no es la única manera de hacerlo.
Cada película es diferente, y encontrar la estructura que mejor funciona para la nuestra es un ejercicio de prueba y error.
Si solo miramos los libros, podemos acabar obsesionados con estructuras que no encajan en nuestra historia. Pero hay otros lugares donde buscar inspiración.
Hay películas que usan estructuras que parecen emerger de la historia que cuentan, y que incluso así, cumplen con una función narrativa concreta.
¿Cómo usar la estructura?
En 2003, Gus Van Sant dirige Elefante, una película que aprovecha los hechos y los personajes de la historia real que cuenta para crear una estructura única, que acaba abriendo más preguntas que respuestas.
Vamos a ver qué podemos aprender sobre el uso de la estructuctura desarmando algunas escenas de Elefante.
¿De qué va la peli?
Elefante recrea la masacre de Columbine, en los EE.UU. La tarde trágica de 1999 en la que dos estudiantes ingresaron armados a su instituto y mataron a trece personas.
Pero lejos de las convenciones, la película no busca una respuesta, no ofrece soluciones, ni supone una catarsis para la audiencia. Mucho menos genera terror: es explícita en contadas ocasiones.
El relato es más bien una crónica: la posibilidad de convivir con algunos personajes en el día en que se gestaron los hechos.
¿Por qué esta película es diferente?
El nombre Elefante hace referencia a la parábola de los ciegos y el elefante. Un grupo de ciegos rodea un elefante sin saber lo que tienen delante. Al no poder verlo en su totalidad, lo describen a través de la parte del elefante que pueden tocar. Cada uno tiene una opinión diferente sobre lo que tiene delante.
En esta película la forma no solo organiza el contenido. Aquí la historia se cuenta a través de la forma. A través de la parte de realidad que vive cada personaje.
¿Cómo?
La película conserva patrones de la estructura clásica del cine. Al inicio, al final, y a la mitad, un plano fijo enseña un cielo verdoso oscureciendo. Además, en ese mismo “Punto Medio”, cambiamos de localización.
Así el relato se divide en dos, y esto contiene la historia.
Pero además, la película está dividida en “capítulos” con el título del personaje al que vamos a seguir. Es la suma de esos fragmentos (su forma) la que cuenta la historia. La suma de lo que enseñan y lo que omiten. Y el orden.
¿Qué cuenta?
Nos enseña a varios jóvenes recorriendo el instituto e interactuando, pero omite los procedimientos a los que estamos acostumbrados para conocer sus miedos, necesidades y deseos (flashbacks, diálogos expositivos, etc).
No hay posibilidad de conectar con los protagonistas por estos medios.
En lugar de eso, juega con lo poco que podemos aprender de los personajes en nuestro papel de testigos: los vínculos que tienen entre ellos.
Un adolescente preocupado por su padre que ha quedado fuera del instituto, una pareja de enamorados intentando salir a comer juntos, una pareja con un plan.
¿Y qué hace con esto?
Una alternativa a la catarsis.
Gus Van Sant podría aprovecharse de que conocemos el final de la historia antes de empezar la película para conmovernos. Como en Titanic, que nos hace lamentar lo que pudo haber sido de un par de personajes de no haberse hundido el barco.
Este mecanismo genera catarsis. Una descarga emocional en el espectador que conmueve y “purifica”. Uno sale del cine llorando, pero al rato se siente mejor.
Pero Elefante busca algo diferente en los espectadores. Quizá busca que nos hagamos algunas preguntas, abrir y sostener una conversación. No cerrarla. Entonces, la catarsis aquí (casi) no tiene lugar.
Elefante se ahorra las grandes promesas interrumpidas por una fatalidad. Y enseña diálogos y situaciones banales para recrear fragmentos de la vida cotidiana de un instituto, en apariencia sin importancia.
Como conocemos el final de antemano, y contamos con la carga de la tragedia acercándose desde el inicio de la película, todos los fragmentos (por banales que sean) se vuelven importantes. Serán los últimos para muchos.
¿Quiénes somos nosotros para juzgarlos?
Vínculos.
A través de estos fragmentos, Elefante teje una trama de vínculos. Personajes diferentes conectados por el instituto. Banales, pero decididamente humanos cuando se relacionan entre ellos.
Es el peligro de deshacer esos vínculos lo que está en juego, pero la película no los deshace. El hijo se reencuentra con su padre, la pareja muere a la vez…
En lugar de la catarsis sobrevienen otras reacciones.
Vacío.
A partir de la segunda mitad de la película seguimos a los jóvenes victimarios. En su casa, camino al instituto, dentro del instituto. Ellos, y la masacre que desatan, son quienes juntan a los protagonistas en el relato y le dan cierre.
Estamos viendo lo que ocurre, y aunque no podemos entender los motivos, sabemos cómo ocurre. Así, se diluyen las especulaciones (qué ha sucedido, cómo) sin sacar conclusiones (por qué).
Al final, la suma de las partes produce vacío. Y (quizá) la necesidad de hablar sobre el tema, y no tanto sobre sus victimarios y sus motivos.
Matar al héroe.
Las escenas de la segunda mitad de la película están creadas para generar desconcierto en los espectadores, no terror. En esta escena hay un ejemplo.
El director también juega con la figura del héroe. Una vez iniciados los disparos, y en medio del caos de los estudiantes corriendo de un lado al otro del instituto, introduce a otro joven en un nuevo capítulo.
“Benny” camina por los pasillos con actitud serena. Encuentra a una chica en un aula junto a una ventana y la ayuda a salir. Él también tiene la posibilidad de escapar del instituto, pero elige quedarse.
Para los amantes del diseño de producción: Benny tiene incluso el mismo color de camiseta que “John”, personaje que, a esta altura, ya sabemos que se ha salvado porque los adolescentes armados le han perdonado la vida.
Benny escucha más disparos y elige acercarse. Camina lento y sin hacer ruido para no ser descubierto. Parece ser nuestro héroe: el cazador de los cazadores. Quizás a él también le perdonen la vida.
Pero en un solo segundo le disparan y cae muerto al suelo.
En Elefante, cuando estamos a punto de presenciar un acto heroico, el director nos corre la alfombra. Esta película tampoco va sobre cómo se podría haber evitado (o frenado) esta tragedia.
Aquí no hay héroes.
Humanidad.
La película no nos revela la moral de sus personajes. No nos enseña detalles que los enaltecen o que los condenan. Que los hace más o menos merecedores de la vida.
Quitarle este “merecimiento” a las víctimas es para mí el mayor quiebre y mérito de la película. Por contradictorio que parezca.
No llegamos a empatizar con sus personajes, pero sabemos que son humanos. Lo comprobamos cuando interactúan entre ellos. Cuando se perdonan, se celan, se ayudan, se demuestran afecto. Cuando tienen un plan.
Con eso basta para tener derecho a estar vivo. Para lamentar una tragedia. Para abrir un tema delicado sin la necesidad de sacar conclusiones.
¿Tu qué piensas? Déjame tus comentarios más abajo.
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